Comentario
La red de calzadas romanas, tal y como quedó establecida de forma definitiva, salvo reparaciones, en la época de los emperadores italicenses, se convirtió en la más perfecta expresión de los beneficios que el Imperio reportaba a todos los viajeros, pues completando el fundamental tráfico marítimo y fluvial, permeabilizaron las tierras hispanas de manera decisiva para los siglos venideros. Dentro de las calzadas, eran los pasos sobre los cauces de agua unos lugares tan singulares que justificarían plenamente la transparente etimología del título oficial de los sumos sacerdotes del culto romano por excelencia: pontífices, que en origen debieron ser unos funcionarios, pronto elevados a categoría religiosa, encargados de cuidar el paso sobre el Tíber. Por ello no extrañarán las resonancias religiosas que hallamos, implícita o explícitamente, en varios puentes hispanos, manifestadas en epígrafes y edículas, y que debieron ser muy generales, como corriente fue en la Edad Media la tópica denominación de Puente del Diablo con que se conoció a muchos de los que legó el Imperio de la Arquitectura a la posteridad.
La nómina de puentes hispanos debió ser elevada, y de ellos quedan bastantes, aunque en su mayoría aparecen tan intensamente transformados que lo único que podemos reconocer como romano es el sitio y una cierta idea general de sus masas constructivas; éste es el caso del que se denominó, en el siglo XIII, la Puente de Cádiz, llamada desde el XV hasta hoy puente Zuazo, y cuyo lugar y fundamentos deben ser los de la fábrica que los itinerarios romanos denominaron Ad pontem, y que ha sido lo único constante en la ciudad que hoy llamamos San Fernando; es muy probable que su tablero sirviera también para el paso del acueducto de Gades, singular conducción de tanta eficacia como escasa espectacularidad, contraviniendo ambos la tendencia propagandística de las obras romanas; esta falta de protagonismo sólo parece estar justificada por lo temprano de su fecha (se atribuye a una iniciativa de Lucio Cornelio Balbo, en época de César) y la topografía del lugar, poco propicia para las exhibiciones en altura. En cualquier caso retengamos, pues será una constante, que la creación de puentes en lugares estratégicos fue el origen de ciudades muy importantes, tanto que hoy son varias de ellas capitales de provincias. Antes de entrar en la somera descripción de algunas de las obras fundamentales, advertiré que no me parece sensato establecer algún modelo tipológico que, basándose en la evolución de diversos elementos formales, sirviese para fechar ejemplares, ya que, salvo tres o cuatro, es la datación el aspecto que mayores incógnitas plantea.
Pues bien, los demás puentes de la Boetica parten del mismo concepto del de San Fernando, es decir, fueron más útiles y sólidos que espectaculares, pero la intención propagandística ya apunta en varios de ellos, como nos muestra el puente de la Alcantarilla de Alocaz, de sólo dos ojos y tal vez un arquillo como aliviadero axial, sin tajamar, pero con una magnífica cartela moldurada en la que campeó un rótulo de la mejor factura; si las dimensiones no acompañaban a los puentes andaluces, salvo un par de ejemplos, los esfuerzos se invirtieron en darles solidez a través de un cierto virtuosismo de sus fábricas, como nos enseñan las primorosas dovelas engatilladas del cordobés puente de Villa del Río, que hizo escuela en la comarca.
En este contexto resulta anticuado, por simple, el emeritense de la calzada de la Plata sobre el arroyo Albarregas, a pesar de sus cuatro ojos. La anchura del Anas aconsejó a los constructores emeritenses de la etapa fundacional de la colonia trazar un larguísimo puente, de perfil muy sólido, con buenos aliviaderos sobre tajamares romos y un inmenso muro que dio forma artificial, como una punta de lanza contra la corriente, a una isla, de tal manera que, en realidad, en un primer momento fueron dos puentes sucesivos: uno con diez arcos en la parte de la ciudad y otro de cuarenta y dos en la opuesta. Hace ya muchos años que descubrí que, si bien carece hoy de letreros o capillas que reclamen a los dioses su protección, cosa que en épocas posteriores sí se cuidaron de hacer los devotos extremeños de la Edad Media, sus constructores romanos labraron descomunales falos en los sillares para asegurarle la mejor suerte del mundo, eficaz protección orgiástico-religiosa que los millones de toneladas anuales de tráfico aún acreditan como válida.
Puentes similares existen en Córdoba, casi irreconocible, Salamanca, con interesantes estribos sobre los tajamares triangulares, la onubense Niebla y otras poblaciones, y su evolución debió ser escasa, pues tan sólo detalles de los tajamares o los arcos denuncian cambios, hasta concluir en el espectacular puente de Alconétar, sobre el Tajo, trasladado en 1970 por el arquitecto J. Menéndez-Pidal aguas arriba; en éste aparecen arcos rebajados, tal vez inspirados en las estructuras de madera con las que Trajano atravesó el Danubio para conquistar la actual Rumania, y también vemos tajamares apuntados muy altos, hasta alcanzar el tablero, con espaldas delicadamente curvadas y tres órdenes de limpias cornisas superpuestas.